A finales del siglo XVIII y ante el problema que suponía para quienes estaban en el frente de batalla, el hecho de que las frutas, las carnes o las verduras se pudrieran, Napoleón optó por premiar con 12.000 francos a quien inventase algún sistema para que esto no ocurriera.
Ante esta necesidad de los ejércitos, un confitero parisino llamado Nicolás Appert fue quien se llevó el premio al presentar una idea que consistía en cocer los alimentos y envasarlos al vacío.
La fórmula era novedosa. Tras someter los alimentos a largos periodos de calentamiento en agua hirviendo en tarros o botellas de vidrio (procedimiento baño maría), estos se tapaban con tapones de corcho y se les adaptaba una sujeción de alambre y se les sellaba con lacre o con cera, consiguiendo un cierre hermético con efecto de conserva.
Pero no fue la fórmula definitiva que cabía esperar ya que se rompían con demasiada facilidad y además pesaban demasiado para ir al frente, cargados además con todo el material de guerra.
Poco después en 1810 y utilizando parte del método desarrollado por Appert, fue a Peter Durand a quien se le ocurrió meter la comida en una caja de hojalata, creando así la primera comida enlatada de la historia. Ese año, Durand patentó “la lata de conservas”. Aún así no fue hasta 1846 cuando se hicieron populares al desarrollar un sistema de productividad rentable.
Y pese a que tanto para los ejércitos franceses e ingleses el invento era de gran utilidad, nadie había caído en la cuenta de que las latas eran difíciles de abrir. Se empleaba la bayoneta, navajas, disparos o el cincel y el martillo. Casi 50 años más tarde, a alguien se le ocurrió inventar “el abrelatas”.
Como suele pasar en algunos de los inventos extraordinarios, la paternidad no queda clara y en este caso, ni con un análisis de ADN sería posible confirmarlo.
Los ingleses defienden que fue su compatriota Robert Yates en 1855, pero otros, americanos en este caso, mantienen que fue Ezra Warnet en 1958 al patentar un utensilio en forma de hoz.
Aunque curiosamente el abrelatas consiguió hacerlo popular, un fabricante de carne en conserva en el año 1865. Una campaña publicitaria consiguió que “Bully Beef” introdujera el abrelatas en todos los hogares, regalando uno de diseño propio con la compra de cada lata de aquella carne. El diseño con una cabeza de toro y su funcionamiento se asemejaban al ideado por el mencionado Robert Yates.
Algo parecido ocurrió con la patente de la lata de conservas que no se registro por aquellos inventores, sino que curiosamente años más tarde, lo hicieron los británicos Bryan Donkin y John Hall quienes adquirieron la patente y montaron un taller de conservas.